La reconciliación y la misericordia son las palabras clave de este Congreso Eucarístico del Bicentenario, y se fueron poniendo de manifiesto en cada una de las actividades. Las del área de Educación no fueron la excepción. Las actividades habían comenzado el viernes, y en el acto inaugural monseñor Eduardo Martín, obispo de Rosario y director de la comisión episcopal de Educación, les recordó a los docentes que educar es un acto de amor y de misericordia.
La jornada de ayer arrancó con el testimonio de dos personas que están trabajando firmemente en hacer realidad ese encuentro: María Luján Bertella, sobreviviente de la ESMA, y Aníbal Guevara, cuyo padre -un teniente de 24 años en 1976- fue juzgado y condenado en 2006 en un juicio por delitos de lesa humanidad en San Rafael, Mendoza. Cuando los presentaron los describieron así: “gente que ha aceptado poner en crisis el lugar donde estaba y caminar un camino que desemboca en el diálogo con los ‘enemigos políticos’”.
Ambos contaron su historia; a ambos se les quebró la voz; ambos tendieron un abrazo al otro más de una vez. Luján aseguró que reencontró a Dios en el sótano de las torturas, y que cuando logró exiliarse sintió la mirada condenatoria de sus compañeros montoneros: “haber sobrevivido me transformaba en sospechosa”, contó. “A lo largo de los años -añadió- fui rehaciendo mi vida y me decidí a reconstruirla sin rencor”.
Aníbal condenó los delitos cometidos durante la dictadura y -aunque le duele, y mucho, ver a su padre preso- sabe que de algún modo fue parte de esa historia.
“Era muy joven; y todos los testimonios que se escucharon lo muestran cumpliendo las órdenes de detención a la luz del día, de uniforme, identificándose y siendo amable”, enumeró lo que sí recuerda de las largas jornadas del juicio. “El propio juez reconoció -en privado, claro- que lo condenaba por presión política”, añadió Guevara, pero rápidamente se recompuso: “en esos años la Argentina vivió la tragedia más grande de su historia. Y aunque yo nací ya en democracia, y me pasé años tratando de entender y aprender, terminé dándome cuenta de que saber no alcanza”.
Entre los dos construyeron el escenario que -están convencidos- necesita el país para seguir adelante: jamás negar lo ocurrido, pero dejar de lado el relato lineal de los hechos; juzgar a quien se deba hacerlo, pero respetando el debido proceso y en juicios transparentes; abandonar la antinomia y cuestionarse el lugar propio para poder sentir empatía por el otro; cuestionarse acerca de la propia responsabilidad son algunas de las líneas directrices.
“No es fácil -reconoció Luján- porque digo muchas cosas que nadie quiere escuchar; hasta con mis hermanas tengo problemas cuando aseguro que habíamos equivocado el camino. Que optar por la lucha armada nos puso en el mismo lugar que los militares: obediencia, verticalismo, eliminación de las ideas personales... Y metodología: la muerte. No pudimos mostrarles a los militares que la democracia era el sistema, no las desapariciones, las torturas y todo lo que ya sabemos”.
No es fácil, lo saben. Pero se encontraron; están trabajando juntos para construir puentes, lugares de encuentro, abrazos de empatía por las víctimas (“la Justicia llega tarde por definición”, se lamentó Aníbal) y construcción de legalidades para los enjuiciados (“todos, también los presos comunes”, añadió). Pidieron respeto al debido proceso, una Justicia transparente y condiciones dignas de los lugares de detención